El ritmo es de vital importancia
para que la persona en cuyas manos se encuentra nuestro libro no se salga
de la
historia. En esta ocasión nos centraremos en dos elementos que consideramos importantes:
el diálogo y las descripciones.
El diálogo es uno de los
elementos más sensibles y proclives a sufrir por el ritmo. En general, sobre
todo al principio, se tiene miedo de que con las palabras no baste. Miedo a que
el lector no esté entendiendo el tono con que se expresa el personaje o que no
le llegué claro la tensión del ambiente. ¿Cómo lo solucionamos?
Dedicándonos
a surtir las frases con una ristra de adjetivos o detalles. Muchas veces es un desastre.
Las normas están para romperse,
eso en la literatura, cine y arte es muy claro. Sin embargo, tenemos que tener
en cuenta el efecto que crea el que nosotros decidamos que queremos adjetivos y
detalles para que el lector no se pierda.
Veamos un ejemplo:
-Te voy a partir la cara- le
advirtió con cabreo el guardia de seguridad.
Las palabras “Te voy a partir la
cara” por si solas ya conllevan un significado de cierto cabreo, no hace falta
que lo especifiquemos porque sería aclarar algo que ya estaba claro y
interrumpiría el diálogo. Lo que el lector quiere es saber que dice el
opositor.
En la vida real cuando estamos en
mitad de una conversación con otra persona no estamos pensando: sus mejillas se
colorearon de un rojo intenso provocado por la rabia o no piensas estaba tan
cabreado que el humo le salía por las orejas o sus palabras me rompieron el
corazón pero aún así le tenía que responder. No, normalmente pensamos y percibimos que está
cabreado, avergonzado, alegre,… pero como una única palabra, como una
percepción rápida pues nuestra mente está en lo que nos está diciendo nuestro
interlocutor. Y al fin y al cabo en la literatura buscamos la credibilidad
dentro de la ficción o no ficción.
Otro aspecto muy interesante son
las descripciones de las situaciones, los lugares o los personajes que nos rodean.
Nos pierden las ganas de hacer llegar al lector todo aquello que se dibuja en
nuestras mentes, pues para eso queremos ser escritores. Sin embargo, nunca
vamos a poder expresar todo lo que quieres expresar, siempre hay un límite.
Cuando das una descripción, por
ejemplo de un lugar, no puedes ir milímetro a milímetro, detalle por detalle
¡Lo harías eterno! Das las bases, las pinceladas grandes y el resto será la
imaginación de quien nos lea quien lo rellene. Pues así, al mismo tiempo que
estás creando un mundo para quien se sumerge en tus páginas, estás permitiendo
a su imaginación hacerlo suyo también. Las películas sobre libros muchas veces
nos defraudan tanto porque eliminan la imaginación del lector de la ecuación.
Ya se pierde la perfecta combinación de autor-lector.
En Caos de Biblioteca nos
encantaría saber vuestra opinión sobre estos temas y, por supuesto, seguimos
con nuestra pregunta: ¿qué estaríais dispuestos a sacrificar por el ritmo?
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